Cuando hablan de las arañas, unas de las primeras ideas que vienen a mi mente es la de Peter Parker siendo picado por una araña radiactiva que le otorga poderes sobrenaturales los cuales lo convierten en el súper conocido héroe de la infancia, el fabuloso Hombre-Araña o Spider-Man (para los que les gusta el sonido en inglés). Cuantos de nosotros pasábamos los días jugando a correr y saltar como Spiderman, lanzando las redes desde la muñeca en el momento preciso para taparle la boca a la maestra chillona de primaria, o enrollar y dejar colgado al mocoso que me fastidiaba creyéndose mejor que yo; muchas veces notaba en mí un gran parecido con Peter Parker, porque era muy tímido y reservado, estaba seguro de que también tenía algo sobrenatural porque siempre sentía el asecho del peligro gracias a mi maravilloso sentido arácnido; unos cuantos golpes me llevé cuando en el arriesgado salto que daba no funcionaba mi sistema de disparar la telaraña, terminaba con dolor en las vértebras y en las palmas de las manos de apretarlas tan duro para que salieran las redes.