(Articulo original : Pluma Encendida)
El anciano profeta doblando su manto, golpea las aguas del río Jordán. De repente, lo que parecía un plano perfecto comienza a moverse. Dios abre nuevamente un sendero de tierra seca dividiendo las aguas del famoso río. Esta vez solo cruzarán dos personas.
El anciano profeta doblando su manto, golpea las aguas del río Jordán. De repente, lo que parecía un plano perfecto comienza a moverse. Dios abre nuevamente un sendero de tierra seca dividiendo las aguas del famoso río. Esta vez solo cruzarán dos personas.
Los hombres comienzan a pasar. Elías parece tranquilo con lo que ocurre, ya está acostumbrado a vivir entre milagros. El joven Eliseo pareciera no poder contener su corazón dentro del pecho, está conmocionado observando las paredes de agua y mirando el suelo seco.
Elías precisa hablar. Solo tiene tiempo para una clase más pero Eliseo está muy distraído para escuchar, y aprender.
Cuando llegan al otro lado y mientras el Jordán vuelve a la normalidad, Elías dice a su joven aprendiz:
– ¿Dime qué puedo hacer por ti antes de que Dios me lleve?
Las palabras del mayor profeta de Israel sacuden a Eliseo. El alumno recuerda que está viviendo los últimos momentos con su querido maestro. Debe aprovechar al máximo la oportunidad que ahora tiene. Dentro de instantes se quedará solo. Qué necesita de su mentor para poder cumplir con la ardua tarea que le toca. Qué puede pedir al maestro para continuar con el legado que está dejando.
Eliseo decidido, responde:
– Te pido que me permitas heredar una doble porción de tu espíritu y que llegue a ser tu sucesor.
– Algo difícil has pedido –responde el anciano.
Elías conoce la responsabilidad del cargo, ha visto los problemas que tendrá que enfrentar su acompañante. La nueva generación es más fría, más rebelde, más incrédula. Se necesita mucho carácter para poder llevar a cabo la encomienda que Eliseo está pidiendo. No duda del muchacho. Entiende que el entrenamiento ha sido muy rápido y el joven debe aprender a vivir en lo sobrenatural sin que esto le haga daño. Llegó el momento donde los hombres de Dios se definen. Es imprescindible que Eliseo pueda ser capaz de superar este próximo obstáculo.
– Si me ves en el momento en que sea llevado de tu lado, recibirás lo que pediste; pero si no me ves, no lo recibirás.
Continúan caminando. Elías dice:
– El Dios de Moisés y de Josué sigue haciendo maravillas, no hay de qué sorprenderse cuando divide las aguas nuevamente. El Señor no ha perdido su poder. Cosas mayores que estas podrás ver si realmente crees que Él puede hacerlo. No permitas que tus ojos se deslumbren por el milagro, enfócate en el Autor, en la esencia de ese poder, en la voz que irrumpe en el silencio ordenando con su palabra todas las cosas. El es la verdadera y eterna maravilla.
Diciendo esto, pasó entre los dos un carro incandescente tirado por caballos de fuego separando al profeta de su discípulo. Esto no distrajo al joven, los ojos del aprendiz parecían haber sido clavados en la mirada de su maestro. Un torbellino elevó a Elías hacia el cielo mientras sus palabras seguían sonando en el corazón de Eliseo “no permitas que tus ojos se deslumbren por el milagro, enfócate en el Autor”.
El gran profeta se va satisfecho, observando que Eliseo nunca lo perdió de vista. Seguramente no escuchó los gritos del muchacho diciendo: Padre mío, padre mío. Veo los carros de Israel con sus conductores, pero se fue con la certeza de que el corazón de Eliseo no sería deslumbrado por el brillo de la luz, sino que se mantendría mirando al faro que la irradia.
Eliseo no entiende lo que ocurre alrededor. Una sola cosa está clara, la última clase culminó y nunca más verá a su amado Elías.
En un instante de gloria, Elías dejó caer su manto y la unción se derramó doblemente sobre Eliseo. La profecía con vestido de promesa se cumplió.
El fuego quedó en su mirada y en su boca el poder de la palabra, Israel tiene profeta y hay dirección de Dios para su pueblo. El manto que hoy carga Eliseo es el resultado de ese anhelo que lo llevó a seguir, con cada latido de su corazón, las instrucciones del maestro. Mirando fijamente, no a los milagros, sino al Autor de todos ellos.
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