Todas las mañanas muy temprano me hacia salir junto a él, abrigados hasta las narices por el implacable invierno. Me decía con voz apacible pero imponente a la vez:
- Mira bien como lo hago, muy pronto te tocara a ti hacerte cargo.
En aquél confinado pueblo en las montañas, cuando los niños nacen son preparados para continuar con el oficio de sus padres, para lograr aquello que los primeros no pudieron, para romper los récords de sus abuelos y para dejar un buen reto para los que vinieran después.
Fueron pocos los años de enseñanza, pero mas los años de instrucción. Apenas se aseguró de que podía sostener el hacha me regaló mi primer pino, uno que para mí era muy alto, pero sin duda, él esperaba que yo diera lo mejor de mi.
Recuerdo que se hizo a un lado, me entregó el hacha y dijo:
- Aquí está -mientras apuntaba al pino-. Es todo tuyo, comienza!
Yo no sabía qué decir, y a primera instancia tampoco sabía qué hacer.
- Imagínate por un momento que soy yo quien derriba el árbol -dijo para entusiasmarme.
Esa idea me dio valor. Recordarlo ante los altos pinos entonando con fuerza su canción del Leñador en cada nuevo impacto, me hizo dar los primeros hachazos. A los pocos segundos comencé a cantar tímidamente aquella canción que por años escuché, al rato y casi sin darme cuenta, el hacha ya estaba en el corazón del árbol y a lo lejos podía escuchar la voz de papá cantando junto conmigo.
Esa fue la primera de muchas veces en la que sostenido por los ojos de papá y auspiciado por su canto de combate, derribé los más grandes árboles.
La instrucción fue mayor que la enseñanza. No le bastó con enseñarme cómo se hacía, se ocupó de que las manos que sostuvieran el hacha fueran las mías. Mi padre preparó el escenario para darle a mis piernas firmeza y a mis brazos fortaleza, no sólo para enseñarme el oficio de “cortar leña”, sino para hacerme un Leñador.
Aprendí que sólo cuando las manos están en acción, hay verdadera instrucción.
A esos hijos que ahora tomamos de la mano para cruzar juntos la calles, a esos que dormimos con historias cada noche, a esos que desde que amanece no paran de preguntar el por qué y el para qué de todas las cosas. A ellos no les bastará con que les hablemos de algo, sino se miran reflejados en ello. No bastará con escuchar la canción de lejos, si no logramos que la entonen en su corazón.
Instruye al niño en su camino, (la palabra del Señor) y aun cuando fuere viejo no se apartará de él. Proverbios 22:6
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